jueves, 19 de febrero de 2015

EL DAVID



Título: El David
Autor: Miguel Ángel Buonarroti (1475-1564)
Cronología: S.XVI (1502-1504)
Localización: La academia de Florencia
Estilo: Renacimiento "Cinqueccento"
Material: Mármol
Medidas: 4,10 metros de alto 
Tipo de obra: escultura

Análisis simbólico

Miguel Ángel representa al rey David como atleta, pero no como joven atleta, sino como un hombre en la plenitud de su vida. El artista eligió, como motivo para la obra, el momento previo al enfrentamiento de David con el gigante Goliat (cuya cabeza no aparece derrotada a sus pies, como era usual en otras representaciones). Por ello, el aspecto contenido y expectante que nos muestra la figura, con los rasgos típicos de un luchador que se apresta al combate. Esa expectación se traduce en la mirada enormemente penetrante, y se expresa también mediante la tensión corporal: la musculatura (e incluso los tendones y las venas) son claramente perceptibles. En definitiva, podemos hablar de un movimiento claramente contenido, que se convierte en pura tensión corporal.
Además, para que la tensión no pueda confundirse con un absoluto equilibrio, Miguel Ángel emplea el contrapposto y aumenta los volúmenes de ciertas partes del cuerpo, que vienen a simbolizar la fortaleza (no sólo ni mayormente física) del rey David. Tales rasgos son claramente perceptibles en el tamaño de la cabeza (cuyo canon corresponde a 1/8 del total del cuerpo) y en la potencia y tamaño de la mano derecha, que sujeta la piedra, arma que el rey empleará para derrotar a Goliat. Todo ello conduce al concepto de terribilitá que caracteriza otras obras del autor.
Todos estos rasgos convierten a la figura escultórica del rey David en un símbolo de la libertad y representan a la perfección los ideales renacentistas de belleza masculina.

Análisis técnico

La escultura, de 4,10 m de altura lleva la mano izquierda a la honda, que cae sobre el hombro y la espalda, mientras que el brazo derecho pende verticalmente. La cabeza se mueve también hacia la derecha, sesgadamente, ofreciendo el perfil al espectador que mira frontalmente. Una pierna, ligeramente doblada, avanza hacia delante, mientras la otra, tensa, obliga a una ligera comprensión del torso, a la manera de algunos kouroi griegos. La obra está hecha para ser vista de frente y tiende a marcar lo desmesurado de las proporciones: la mirada se desliza por las piernas y el tronco hasta alcanzar el gesto contenido del rostro, consciente del eje sobre el que gira, del que es ligeramente excéntrica. Las características del bloque eran una dificultad a superar, pero también una condición que el artista aceptaba ya que le permitía concentrar en la imagen la máxima energía, e incluso concebir la figura del héroe en el momento de la concentración de la voluntad en vistas a la acción a ejecutar. El artista no representa la acción, sino su impulso moral, la tensión interior que precede el desencadenamiento del acto. La figura está en tensión: la pierna derecha, sobre la que se apoya, el pie izquierdo que se aleja, la mano con la honda, el codo doblado, el cuello girado..., ningún miembro está estático o relajado; sin embargo, se rompe cualquier sensación simétrica (equilibradora) con una mayor tensión del brazo y pierna izquierdos.

 Frente a la técnica del modelado previo en escayola o cera, Miguel Ángel prefiere el cincelado directo a partir de la piedra. «Empezaba desde la parte frontal del bloque de mármol y descubría la figura a medida que avanzaba en profundidad, como si estuviera esculpiendo un friso. El mismo afirmó en alguna ocasión que presentía la forma final en el interior del bloque pétreo: «Yo sólo quito lo que sobra, la estatua ya está ahí». Son palabras que la tradición le atribuye.

COMENTARIO
Si el paso de Miguel Ángel por el campo de la arquitectura y de la pintura es decisivo para el destino de ambas artes, en el de la escultura lo es aún más. No sólo todos los escultores del siglo resultan a su lado verdaderos pigmeos, sino que en su estilo se encuentra ya todo el manierismo posterior a él, y en su germen, el estilo barroco.

Tras la Piedad del Vaticano (1497) y la Virgen de Brujas (1500), esculpe el David (1501), considerada como la obra culminante de su etapa de juventud. De tamaño colosal, nada ha producido hasta entonces el Renacimiento que pueda comparársele. Según nos cuentan sus biógrafos, en su origen fue un enorme bloque de mármol comenzado a desbastar cuarenta años antes por Agostino di Duccio que, incapaz de darle la forma deseada después de diversas tentativas, lo había abandonado. Será Miguel Ángel quien, tras una breve estancia en Roma, reciba el encargo de los administradores de Santa María in Flore de aprovechar esta pieza marmórea. Ejecuta la obra en apenas tres años. La forma estrecha y alargada condiciona el resultado, amén de las dificultades técnicas a las que debe hacer frente. Su genialidad radica en haber concentrado en ella, pese a tales limitaciones, toda la tensión que transmite tan vigorosa composición.

Recientemente se ha señalado que el David «puede considerarse como la síntesis de los ideales del Renacimiento florentino. El artista expresa la vibración de los huesos, arterias y músculos bajo la piel, hasta producir un efecto dinámico que se proyecta en un movimiento centrípeto cuyas líneas de fuerza retornan una y otra vez a la figura. Es la sensación de vitalidad interna de un cuerpo en continua tensión.

Esta manera de concebir las formas corporales supone un alejamiento del clasicismo en favor de la expresividad. Miguel Ángel se aleja de los cánones clásicos para mostrar la tragedia interior del personaje y dotarlo de la 'terribilitá' que, en adelante, caracterizará la práctica totalidad de sus obras. El David «constituye, pues, una de las más claras vulneraciones de la normativa clasicista», lejos de la pretensión del «estilo único» defendido por Leonardo. Lo cual no hace sino poner de manifiesto la contemporaneidad del escultor florentino.

Miguel Ángel integra en el David las figuras del Hércules pagano y del David cristiano, ya que si aquél fue el «símbolo de la fuerza en la antigüedad», éste es considerado como «la manufortis de la Edad Media». En él el autor no representa al pastor bíblico, sino que encarna al guerrero, que expresa las virtudes más aplaudidas por los florentinos: la fortaleza y la ira, exaltada como la virtud cívica por excelencia; la ira, condenada como vicio en los siglos bajo medievales, es elevada aquí a la categoría de  virtud, puesto que ella dota de fuerza moral al hombre valeroso.

Si el David, según los deseos del propio Miguel Ángel, iba a presidir la entrada del Palacio de la Signoria de Florencia, debía ser la encarnación de los ideales de la república. Así lo entendió Vasari que, haciéndose eco de las opiniones de sus contemporáneos, llegó a afirmar: «De igual modo que David defendió a su pueblo y lo gobernó con justicia, así quienes rigen los destinos de esta ciudad deben defenderla con arrojo y gobernarla con justicia». David es el nuevo Hércules y junto a éste será el símbolo emblemático de la ciudad del Amo

El 14 de mayo de 1504, el David, o el Gigante como le llamaban los florentinos, es trasladado desde el taller del artista situado detrás de la catedral, hasta el pie de la escalinata del Palacio de la Signoria.  

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